¿CUAL ES EL SIGUIENTE PASO DE LA HUMANIDAD?

El maestro espiritual Eckhart Tolle, autor del magnífico libro El Poder del Ahora, reflexiona sobre la crisis sistémica que estamos experimentando en la actualidad. Aunque parezca un asunto mucho más propio de un economista que de un humanista, su análisis tiene una extraordinaria importancia. Comparto con él su punto de vista de que no estamos sólos ante una crisis . Creo que nos encontramos en un punto sin retorno donde nuestro sistema de creencias y valores también está derrumbándose. Ante esta nueva situación sólo tenemos dos opciones: agobiarnos pensando que esto es un desastre y que el mundo se acaba, o mantener una actitud despierta y positiva, convencidos de que cualquier crisis puede ser para bien. De hecho será para bien, siempre y cuando estemos dispuestos a cambiar nuestra manera de ser, nuestra manera de pensar. Se dice muy fácil, pero qué difícil es hacerlo, ¿verdad?

Llevamos toda la vida programados como autómatas, ejecutando a la perfección el software mental que diseñaron nuestros padres, nuestros profesores, nuestros medios de comunicación, nuestros políticos… Precisamente ahí estriba nuestra mayor dificultad.

¿Estamos realmente dispuestos a formatear nuestro disco duro mental para poder abrirnos a los cambios y desafios que se estan presentando en nuestras vidas?

Si nuestra respuesta es afirmativa estaremos de enhorabuena, porque por muy duros que sean estos tiempos o los venideros, estaremos preparados para crecer, para evolucionar, para ser mejores. Para ser nosotros mismos. Por eso deseo con todas mis fuerzas que la incertidumbre exterior no logre sembrar el miedo en nuestro interior. A medida que vamos despojándonos de los sistema de creencias que hemos ido asumiendo a lo largo de nuestra vida, iremos descubriendo que realmente no hay nada que temer.

Los dejo con las sabias palabras del maestro Eckhart Tolle en este Video.

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un abrazo y mucha luz

Paola


REMEDIOS QUE LOS MEDICOS NO TIENEN EN CUENTA

"¿Usted cree en el amor?", le preguntaron una vez a Carl Sagan, célebre científico y escritor. "Estoy muy enamorado de mi esposa", respondió, algo evasivo. "Pero, ¿puede demostrar que el amor existe?", insistió el periodista, todavía insatisfecho. "Sí, claro -admitió finalmente el creador de la serie Cosmos-, el amor, al igual que la fe, en su esencia, es muy difícil de probar, lo que no significa que no exista."
Como lo esencial es invisible a los ojos, el amor no hace buenas migas con la ciencia. En una de sus grandes ramas, la medicina, actualmente concentrada casi exclusivamente en los mecanismos físicos del hombre, observamos un desengaño similar: sus valiosos conocimientos de poco sirven si no se aplican en un contexto humanístico y con suficiente sabiduría.

Consideremos el caso de las enfermedades cardiovasculares, la principal causa de mortalidad mundial. El corazón es una bomba de sangre, quién lo duda. Pero ese órgano saltador lejos está de ser una máquina y sus latidos nada tienen que ver con el tictac del reloj. Su caprichoso ritmo, inconstante, más bien se asocia al misterioso pulso del cuerpo y el espíritu.
Por algo hablamos de corazones grandes, cerrados, indiferentes... y, también, de "un tipo de buen corazón".

Sin embargo, en la base de datos de la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos, de los más de nueve millones de artículos publicados entre 1966 y 1997 bajo la entrada "humano", "corazón" y "amor", sólo dos se ocupan de la relación entre este último y las enfermedades cardíacas. ¡Sólo dos!

Amar y sobrevivir

Para el doctor Dean Ornish, graduado en la Universidad de Harvard y fundador del Instituto de Medicina Preventiva de Sausalito, California, la verdadera epidemia que castiga nuestra cultura no es sólo la afección cardíaca física, sino también la enfermedad emocional del corazón. Es decir, la profunda sensación de aislamiento y depresión perpetuados por el deterioro de las estructuras sociales que brindaban sentido de conexión y comunidad. "Esa es la raíz de la enfermedad: la desconfianza y la violencia de la sociedad actual", asegura Ornish en su libro "Amar y sobrevivir" ("Love and Survival")

Sabemos que dejar de fumar, realizar ejercicios y adoptar una dieta de bajo tenor graso agrega un buen puñado de años a la expectativa de vida; pero vivir más no resulta una gran motivación para quienes se ahogan en la tristeza desoladora. Además, "aunque la incorporación de esos hábitos es fundamental, la intervención más influyente en la salud es lejos, el poder curativo del amor y las relaciones afectivas, junto con la transformación espiritual que a menudo traen aparejados -comenta Orlish en su libro-. Después de años de trabajo he descubierto que cuando uno comienza a abrir su corazón espiritual, a menudo le sigue el corazón físico: los bloqueos coronarios disminuyen y el flujo de sangre se intensifica."

Si una nueva droga ejerciera la misma repercusión, todos los médicos se empecinarían en recomendarla; es más, sería antiético no hacerlo.
Si somos seres necesitados de tocar y de sentir, ¿por qué esas ideas son prácticamente ignoradas, y hasta denigradas, por la ciencia?


La soledad duele

En el mundo existe una inmensa sensación de vacío y desamparo. La soledad duele. La mayoría de los médicos no están capacitados para utilizar el sufrimiento como medio de acceso a la transformación. El dolor es interpretado como un enemigo y, por ende, hay que matarlo. "No es que no debamos combatirlo -dice Ornish- el dolor, un mensajero, está allí por algo. Hay que aprender a escuchar lo que nos dice." Hoy, existen múltiples formas de evitar ese dolor... temporalmente.


Al igual que el "caballero de la armadura oxidada", de la obra de Fisher, construimos una coraza para protegernos, olvidando que las mismas defensas emocionales pueden aislarnos si permanecen inquebrantables. Ornish nos invita a ser más sensibles a los demás y a darnos cuenta de que aquello que parece lo más suave -el amor, la intimidad- es en realidad lo más potente.
Tras la controvertida elección de la revista Time, que destacó a Albert Einstein como la personalidad del siglo, al genial científico lo recordaremos por sus descubrimientos y su cerebro superlativo. Einstein también desarrolló, tal vez para guiarnos al atravesar -en tiempo y espacio- este nuevo siglo que apenas comienza, una idea de extraordinario valor.
Propongo que no la dejemos caer en el olvido:
"Un ser humano es una parte del todo que denominamos universo. Se experimenta a sí mismo como algo separado del resto: una suerte de ilusión óptica de su conciencia que nos restringe a nuestros deseos personales y a sentir afecto sólo por las pocas personas que tenemos cerca. Nuestra tarea debe consistir en liberarnos de esa prisión, ampliando nuestro círculo de compasión, para abrazar a todos los seres vivientes y toda la naturaleza".

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un abrazo y mucha luz

Paola

¿VIVES CARGANDO LA VIDA DE OTROS?

Una de las características más notables de la Nueva Energía es el énfasis en la necesidad de asumir totalmente la responsabilidad por la propia vida. Esto implica muchísimas veces... dejar de hacerlo por la de los demás.
Diferenciando la compasión y el amor, la mayoría de las personas encuentran propósito, consuelo, distracción, culpa, gratificación, de todo un poco, en esto de tomar los asuntos de los otros en sus manos.


Hace un tiempo, una mujer vino a terapia porque no daba más, aguantando estructuras que ya no eran soportables. Me dijo que lo hacía "por su hija". Le dije que así no funcionaba la cosa, que tenía que hacer un cambio por ella misma. "Ah, no, si es por mí, yo me pego un tiro, a mí no me interesa nada, yo no valgo el esfuerzo".
"Ya no sé qué hacer por él/ella" es otra frase repetida. Cuando les digo: "Nada, no hagas nada", se sorprenden o, más aún, se escandalizan. Tienen que hacer algo: proporcionar dinero; hacer de niñera o mucama; escuchar quejas y lamentos continuos; atender en enfermedades; ocultar situaciones: esto es común en las mujeres con sus esposos con respecto a los hijos: "él no se tiene que enterar de esto porque se enfurecería o le daría un ataque cardíaco o lo que sea", de esta forma no sólo se transforman en la que carga con los secretos sino también en la que tiene el control emocional de la familia. No sé muy bien de adónde salió esta compulsión (seguramente algún mandato religioso), pero no sirve a nadie. En primer lugar, no sirve a quien pretendemos ayudar. Los volvemos débiles, necesitados, vagos, inseguros, aprovechados. Les sacamos la oportunidad de resolver por sí mismos lo que desean, de lo que son capaces, lo que saben, lo que son en definitiva. Nunca averiguan cuán fuertes, sensibles, motivados, inteligentes, creativos podrían ser. Y, varias veces, terminan resentidos por tanta ayuda: se sienten en una posición humillante, son los que "no pueden".

¿Por qué no nos sirve a nosotros? Porque, al estar ocupados en los demás, no nos ocupamos verdaderamente de nosotros. Alimentamos las excusas perfectas: no tenemos tiempo, dinero, ganas, sentido. Por otro lado, eso nos coloca en una posición "superior", somos los buenos, los que saben, los que ganan puntos en el Paraíso. Y algo fundamental: nos salva de sufrir. Si el otro no sufre porque le evitamos el sufrimiento, nosotros tampoco sufriremos. Es una ilusión, por supuesto. Esta construcción inconciente termina cayéndose e igual tenemos que vérnosla con lo que deseamos evitar.

Entonces, ¿por qué no cortar con esto ya? Primero, tenemos que tomar conciencia de este juego. Aunque tendemos a estar en una u otra posición (somos los dadores o los recibidores) , alternamos los dos de acuerdo a las personas o las situaciones. Una buena reflexión es: ¿qué obtenemos en una y otra variable?

Dije juego. Seguramente, leíste que vivimos jugando juegos, pero... ¿los conoces? Me pasa con algunos pacientes que, cuando comienzo a revelarlos, aparecen las resistencias, los enojos, las incredulidades. Es lindo leer acerca de ellos, pero no es tan lindo verlos en acción. Estamos tan identificados con ellos, tan apegados, que enseguida reaccionamos emocionalmente defendiéndonos o excusándonos. Sin embargo, tenemos que conocerlos para poder soltarlos y vivir plenamente. Si no eres feliz, si estás sufriendo en algún aspecto... ¡estás jugando un juego!
Otro aspecto es que nos encanta el drama. En realidad, no sabemos vivir sin la adicción al dolor, al sufrimiento, a la lucha, a los problemas. Así es "sentirnos vivos".

Parece un poco duro... ¿Sabes?

Tienes que despertar del sueño y empoderarte como "humano divino". ¿Qué necesitas? Confiar en ti (en la parte divina de ti), que te abrirá los caminos. Tienes todas las herramientas que necesitas. No hay nada más grande que tú. Deja de poner la mirada en el afuera y mira dentro de ti. Ocúpate de tu propia felicidad y creatividad y así contribuirás a las de los otros. Pon compasión en las interacciones de los demás, tanto como en las tuyas. Eres un ser maravilloso, digno de toda clase de abundancia.

un abrazo y mucha luz
Paola
LA MENTE HERIDA

Quizá nunca hayas pensado en esta cuestión, pero en mayor o en menor medida, todos nosotros somos maestros. Somos maestros porque tenemos el poder de crear y de dirigir nuestra propia vida.

De la misma manera en que las distintas sociedades y religiones de todo el mundo han creado una mitología increíble, nosotros creamos la nuestra. Nuestra mitología personal está poblada de héroes y villanos, ángeles y demonios, reyes y plebeyos. Creamos una población entera en nuestra mente e incluimos múltiples personalidades para nosotros mismos. Después, adquirimos dominio sobre la imagen que vamos a utilizar en determinadas circunstancias. Nos convertimos en artistas del fingimiento y de la proyección de nuestra imagen y en maestros de cualquier cosa que creemos ser. Cuando conocemos a otras personas las clasificamos de inmediato según lo que nosotros creemos que son. Y actuamos del mismo modo con todas las personas y cosas que nos rodean.
Tienes el poder de crear. Tu poder es tan fuerte que cualquier cosa que decidas creer se convierte en realidad. Te creas a ti mismo, sea lo que sea que creas que eres. Eres como eres porque eso es lo que crees sobre ti mismo. Toda tu realidad, todo lo que crees, es fruto de tu propia creación. Tienes el mismo poder que cualquier otro ser humano en el mundo. La principal diferencia entre otra persona y tú estriba en la manera en que aplicas tu poder y en lo que creas con él. Tal vez te parezcas a otras personas en muchas cosas, pero no todo el mundo vive la vida de la misma manera que tú.

Has practicado toda tu vida para ser quien eres y lo haces tan bien que te has convertido en un maestro de lo que crees que eres. Eres un maestro de tu propia personalidad y de tus propias creencias; dominas cada acción y cada reacción. Practicas durante años y años hasta que alcanzas el nivel de maestría para ser lo que crees que eres. Y cuando por fin comprendemos que todos nosotros somos maestros, llegamos a ver qué tipo de maestría tenemos.
Cuando un niño tiene un problema con alguien, y se enoja, por la razón que sea, el enojo hace que el problema desaparezca y de este modo obtiene el resultado que quería. Entonces, vuelve a ocurrir, y vuelve a reaccionar con enojo, ya que ahora sabe que, si se enoja, el problema desaparecerá. Pues bien, después practica y practica hasta llegar a convertirse en un maestro del enojo.

Pues bien, de esta misma manera es como nos convertimos en maestros de los celos, en maestros de la tristeza o en maestros del autorechazo.
Toda nuestra desdicha y nuestro sufrimiento tienen su origen en la práctica. Establecemos un acuerdo con nosotros mismos y lo practicamos hasta que llega a convertirse en una maestría completa. El modo en que pensamos, el modo en que sentimos y el modo en que actuamos se convierte en algo tan rutinario que dejamos de prestar atención a lo que hacemos. Nos comportamos de una manera determinada sólo porque estamos acostumbrados a actuar y a reaccionar así.
Pero para convertirnos en maestros del amor tenemos que practicar el amor. El arte de las relaciones también es una maestría completa y el único modo de alcanzarla es mediante la práctica. Por consiguiente, para llegar a ser maestro en una relación hay que actuar. No se trata de adquirir determinados conceptos ni de alcanzar un conocimiento en concreto. Es una cuestión de acción. Ahora bien, evidentemente, para actuar es preciso contar con algún conocimiento o al menos con una mayor conciencia de la manera en que funcionamos los seres humanos.

Todos los seres humanos padecen la misma enfermedad mental.

Cuando el miedo se hace demasiado intenso, la mente racional empieza a fallar y ya no es capaz de soportar todas esas heridas llenas de veneno. Los libros de psicología denominan a este fenómeno enfermedad mental. Lo llamamos esquizofrenia, paranoia, psicosis, pero la verdad es que estas enfermedades aparecen cuando la mente racional está tan asustada y las heridas duelen tanto, que es preferible romper el contacto con el mundo exterior.

Los seres humanos vivimos con el miedo continuo a ser heridos y esto da origen a grandes conflictos dondequiera que vayamos. La manera de relacionarnos los unos con los otros provoca tanto dolor emocional que, sin ninguna razón aparente, nos enojamos y sentimos celos, envidia o tristeza. Incluso decir «te amo» puede resultar aterrador.
Pero, aunque mantener una interacción emocional nos provoque dolor y nos dé miedo, seguimos haciéndolo, seguimos iniciando una relación, casándonos y teniendo hijos.
Debido al miedo que los seres humanos tenemos a ser heridos y a fin de proteger nuestras heridas emocionales, creamos algo muy sofisticado en nuestra mente: un gran sistema de negación. En ese sistema de negación nos convertimos en unos perfectos mentirosos. Mentimos tan bien, que nos mentimos a nosotros mismos e incluso nos creemos nuestras propias mentiras.
No nos percatamos de que estamos mintiendo, y en ocasiones, aun cuando sabemos que mentimos, justificamos la mentira y la excusamos para protegernos del dolor de nuestras heridas.

El sistema de negación es como un muro de niebla frente a nuestros ojos que nos ciega y nos impide ver la verdad. Llevamos una máscara social porque resulta demasiado doloroso vernos a nosotros mismos o permitir que otros nos vean tal como somos en realidad. El sistema de negación nos permite aparentar que toda la gente se cree lo que queremos que crean de nosotros. Y aunque colocamos estas barreras para protegernos y mantener alejada a la gente, también nos mantienen encerrados y restringen nuestra libertad. Los seres humanos se cobijan y se protegen y cuando alguien dice: «Te estás metiendo conmigo», no es exactamente verdad. Lo que sí es cierto es que estás tocando una de sus heridas mentales y él reacciona porque le duele.
Cuando tomas conciencia de que todas las personas que te rodean tienen heridas llenas de veneno emocional, empiezas a comprender las relaciones de los seres humanos en lo que los toltecas denominan el sueño del infierno. Desde la perspectiva tolteca todo lo que creemos de nosotros y todo lo que sabemos de nuestro mundo es un sueño. Si examinas cualquier descripción religiosa del infierno te das cuenta de que no difiere de la sociedad de los seres humanos, del modo en que soñamos. El infierno es un lugar donde se sufre, donde se tiene miedo, donde hay guerras y violencia, donde se juzga y no hay justicia, un lugar de castigo infinito. Unos seres humanos actúan contra otros seres humanos en una jungla de predadores; seres humanos llenos de juicios, llenos de reproches, llenos de culpa, llenos de veneno emocional: envidia, enfado, odio, tristeza, sufrimiento. Y creamos todos estos pequeños demonios en nuestra mente porque hemos aprendido a soñar el infierno en nuestra propia vida.
Todos nosotros creamos un sueño personal propio, pero los seres humanos que nos precedieron crearon un gran sueño externo, el sueño de la sociedad humana. El Sueño externo, o el Sueño del Planeta, es el Sueño colectivo de billones de soñadores. El gran Sueño incluye todas las normas de la sociedad, sus leyes, sus religiones, sus diferentes culturas y sus diferentes formas de ser. Toda esta información almacenada dentro de nuestra mente es como mil voces que nos hablan al mismo tiempo. Esto es lo que los toltecas denominan el mitote. Pero lo que nosotros somos en realidad es puro amor; somos Vida. Y lo que somos en realidad no tiene nada que ver con el sueño, pero el mitote nos impide verlo. Cuando contemplas el sueño desde esta perspectiva, y cobras conciencia de lo que eres, comprendes cuán absurdo resulta el comportamiento de los seres humanos, y entonces, se convierte en algo divertido. Lo que para todos los demás parece un gran drama para ti es una comedia. Ves de qué modo los seres humanos sufren por algo que carece de importancia, algo que ni siquiera es real.

Pero no tenemos otra opción. Nacemos en esta sociedad, crecemos en esta sociedad y aprendemos a ser como todos los demás, actuando y compitiendo continuamente de un modo absurdo.
Cuando un ser humano nace, su mente y su cuerpo emocional están completamente sanos. Quizás hacia el tercer o cuarto año de edad empiecen a aparecer las primeras heridas en el cuerpo emocional y se infecten con veneno emocional. Pero, si observas a los niños de dos o tres años y te fijas en su manera de comportarse, verás que siempre están jugando. Los verás reírse sin parar. Su imaginación es muy poderosa y su manera de soñar una auténtica aventura de exploración.
Cuando algo va mal reaccionan y se defienden, pero, después, sencillamente se olvidan y vuelven a centrar su atención en el momento presente para seguir jugando, explorando y divirtiéndose. Viven el momento. No se avergüenzan del pasado y no se preocupan por el futuro. Los niños pequeños expresan lo que sienten y no tienen miedo a amar.

Por eso los momentos más felices de nuestra vida son aquellos en los que jugamos como si fuéramos niños, cuando cantamos y bailamos, cuando exploramos y creamos con el único propósito de divertirnos.

Cuando nos comportamos como niños nos resulta maravilloso porque ese es el estado normal de la mente humana, la tendencia natural.

Somos inocentes, igual que los niños, y para nosotros es normal expresar amor. Pero ¿qué nos ha ocurrido? ¿Qué le ha ocurrido al mundo entero?

Lo que ha sucedido es que, cuando éramos pequeños, los adultos ya padecían esa enfermedad mental, una enfermedad altamente contagiosa. ¿Y cómo nos la transmitieron? Captando nuestra atención y enseñándonos a ser como ellos. Así es como trasladamos nuestra enfermedad a nuestros niños y así es como nuestros padres, nuestros profesores, nuestros hermanos mayores y toda una sociedad de gente enferma nos la contagió a nosotros. Captaron nuestra atención, y, mediante la repetición, llenaron nuestra mente de información. De este modo aprendimos, y de este modo programamos una mente humana.
El problema reside en el programa, en la información que hemos almacenado en nuestra mente. Una vez captada la atención de los niños, les enseñamos un lenguaje, les enseñamos a leer, a comportarse y a soñar de un modo determinado. Domesticamos a los seres humanos de la misma manera que domesticamos a un perro o a cualquier otro animal: con castigos y premios. Esto es perfectamente normal. Lo que llamamos educación no es otra cosa que la domesticación del ser humano.
Al principio tenemos miedo de que nos castiguen, pero más tarde también tenemos miedo de no recibir la recompensa, de no ser lo bastante buenos para mamá o papá o un hermano o un profesor. De este modo es como nace la necesidad de ser aceptado. Antes de eso no nos importa si lo estamos o no. Las opiniones de la gente no son importantes y no lo son porque sólo queremos jugar y vivir en el presente.

El miedo a no conseguir la recompensa se convierte en el miedo a ser rechazado. Y el miedo a no ser lo bastante buenos para otra persona es lo que hace que intentemos cambiar, lo que nos hace crear una imagen.
Imagen que intentamos proyectar según lo que quieren que seamos, sólo para ser aceptados, sólo para recibir el premio. De este modo aprendemos a fingir que somos lo que no somos y perseveramos en ser otra persona con la única finalidad de ser lo suficientemente buenos para mamá, papá, el profesor, nuestra religión o quienquiera que sea. Y con este fin practicamos incansablemente hasta que nos convertimos en maestros de ser lo que no somos.
Pronto olvidamos quienes somos realmente y empezamos a vivir nuestras imágenes, porque no creamos una sola, sino muchas diferentes, según los distintos grupos de gente con los que nos relacionemos. Una imagen para casa, una para el colegio, y cuando crecemos, unas cuantas más.

Y esto funciona de la misma manera cuando se trata de una simple relación entre un hombre y una mujer. La mujer tiene una imagen exterior que intenta proyectar a los demás, y cuando está sola, otra de sí misma. Lo mismo pasa con el hombre, que también tiene una imagen exterior y otra interior. Ahora bien, cuando llegan a la edad adulta, la imagen interior y la exterior son tan distintas que ya casi no se corresponden. Y como en la relación entre un hombre y una mujer existen al menos cuatro imágenes, ¿cómo es posible que se lleguen a conocer de verdad? No se conocen. La única posibilidad es intentar comprender la imagen. Pero es preciso considerar más imágenes.
Cuando un hombre conoce a una mujer, se hace una imagen propia de ella, y a su vez la mujer se hace una imagen del hombre desde su punto de vista. Entonces él intenta que ella se ajuste a la imagen que él mismo ha creado y ella intenta que él se ajuste a la imagen que se ha hecho de él. Ahora, entre ellos existen seis imágenes. Evidentemente, aunque no lo sepan, se están mintiendo el uno al otro. Su relación se basa en el miedo, en las mentiras, y no en la verdad porque resulta imposible ver a través de toda esa bruma. De pequeños no experimentamos ningún conflicto porque no fingimos ser lo que no somos. Nuestras imágenes no cambian realmente hasta que empezamos a relacionarnos con el mundo exterior y dejamos de tener la protección de nuestros padres. Esta es la razón por la que la adolescencia resulta particularmente difícil. Aun en el caso de que estemos preparados para sostener y defender nuestras imágenes, tan pronto intentamos proyectarlas al mundo exterior, éste las rechaza. El mundo exterior empieza a demostrarnos, no sólo particular, sino también públicamente, que no somos lo que fingimos ser.

De pequeños aprendemos que las opiniones de todas las personas son importantes y dirigimos nuestra vida conforme a esas opiniones.

Una simple opinión de alguien, aunque no sea cierta, es capaz de hacernos caer en el más profundo de los infiernos: «Qué feo estás. Estás equivocado. Eres un estúpido». Las opiniones tienen un gran poder sobre el comportamiento absurdo de las personas que viven en el infierno. Por ese motivo necesitamos oír que somos buenos, que lo estamos haciendo bien, que somos bellos. «¿Qué aspecto tengo? ¿Ha estado bien lo que he dicho? ¿Cómo lo estoy haciendo?»
Necesitamos escuchar las opiniones de los demás porque estamos domesticados y esas opiniones tienen el poder de manipularnos. Por eso buscamos el reconocimiento en los otros; necesitamos el apoyo emocional de ellos; ser aceptados por el Sueño externo a través de los demás. Esta es la razón por la que los adolescentes ingieren alcohol, se drogan o empiezan a fumar. Sólo para ser aceptados por otras personas que opinan que eso es lo que hay que hacer; sólo para que esa gente considere que están «en la onda».

Pero todas esas falsas imágenes que intentamos proyectar provocan un gran sufrimiento en muchos seres humanos. Las personas fingimos ser muy importantes, pero, a la vez, creemos que no somos nada.

Ponemos mucho empeño en ser alguien en el sueño de esa sociedad, en ganar reconocimiento y en recibir la aprobación de los demás. Hacemos un gran esfuerzo para ser importantes, para triunfar, para ser poderosos, ricos, famosos, para expresar nuestro sueño personal e imponer nuestro sueño a las personas que nos rodean. ¿Por qué? Pues porque creemos que el sueño es real y nos lo tomamos muy en serio.

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un abrazo y mucha luz
Paola

CURACIÓN DEL NIÑO/A INTERIOR
Segunda Parte


Curación del Niño Interior - ¿Por qué hacerlo?

“Somos condicionados para ser emocionalmente disfuncionales por nuestros modelos, tanto paternos como sociales. Se nos enseña a reprimir y distorsionar nuestros procesos emocionales. Somos entrenados para ser emocionalmente deshonestos cuando somos niños.

Esta represión y deshonestidad emocional ocasiona que la sociedad sea emocionalmente disfuncional. Adicionalmente, la civilización urbana, ha ignorado completamente las leyes naturales y los ciclos naturales como el proceso de desarrollo humano. No existe una integración en nuestra cultura del proceso natural del desarrollo humano.

Como un solo ejemplo descarado de esto, consideren cómo las llamadas sociedades primitivas o aborígenes reaccionan a la llegada de la pubertad. Cuando una niña comienza a menstruar, se realizan ceremonias para celebrar su paso a la condición de mujer, para honrar su paso hacia su poder, para honrar su regalo milagroso de ser capaz de concebir. Los niños pasan a través de un entrenamiento y de ritos de iniciación para ayudarlos a hacer la transición desde la niñez a la madurez. Observen lo que tenemos en nuestra sociedad: la escuela en la enseñanza, un grupo de chicos inseguros y temerosos que se torturan unos a otros por su confusión y miedo, y se unen en pandillas para tratar de encontrar una identidad.

Esta falta de integración del proceso humano natural de crecimiento causa trauma. En cada etapa del proceso de desarrollo fuimos traumatizados debido a un ambiente emocionalmente represivo y espiritualmente hostil en el que nacimos. Pasamos a la siguiente etapa incompletos y después fuimos vueltos a traumatizar, fuimos heridos otra vez.
A pesar del llamado progreso en nuestras sociedades modernas
, todavía estamos muy atrás en relación a la mayoría de las culturas aborígenes, en términos del respeto por los derechos individuales y la dignidad junto con cierto tipo de equilibrio con el bien del todo. (Estoy hablando aquí de las sociedades tribales aborígenes, no de las urbanizadas). En ningún lugar es esto más evidente en términos de nuestras relaciones con nuestros niños.

Las civilizaciones modernas, tanto orientales como occidentales, no tienen más de una generación o dos fuera de la creencia de que los niños eran una propiedad. Esto, por supuesto, va de la mano con la creencia de que las mujeres eran una propiedad. La idea de que los niños tienen derechos, individualidad, y dignidad, es relativamente nuevo en la sociedad moderna. La creencia predominante y fundamental, como ha sido manifestada en el trato de los niños, ha sido que los niños son extensiones de, y herramientas para ser usadas por, sus padres.

Una idea muy explícita sobre las creencias básicas fundamentales de las actitudes occidentales hacia los niños, la comparte una pionera en el concepto del niño interior, Alice Miller, en su libro El Drama del Niño Dotado. Ella comparte cómo los Filósofos Alemanes del Siglo 19, quienes establecieron los fundamentos para la psicología moderna, enfatizaron en la importancia de acabar con la “exuberancia” de un niño. En otras palabras, el espíritu de un niño debía ser abatido con el fin de controlarlo.

Los niños deben ser vistos pero no escuchados. Evita la vara y malcría al niño.

Es solo en la historia muy reciente, que nuestra sociedad ha reconocido apenas el abuso a un niño como un crimen, en lugar de un derecho inherente del padre. El concepto de una paternidad sana como una habilidad por aprender, es muy nuevo en la sociedad.

Cualquier sociedad que no respeta y honra la dignidad humana individual, será una sociedad que no satisface las necesidades esenciales de sus miembros
. Las sociedades patriarcales, que denigran y degradan a las mujeres y a los niños, son disfuncionales en su esencia.

Formamos nuestras relaciones centrales con nosotros y con la vida, y por supuesto con otras personas, en la niñez temprana, en reacción a los mensajes que obtenemos por la forma como somos tratados y el papel modelo de las otras personas en nuestras vidas. Después no tenemos ningún entrenamiento ni ceremonias de iniciación, no hay un proceso culturalmente aprobado de aflicción, para ayudarnos a dejar ir el viejo paradigma y aprender una relación diferente con nosotros y con la vida. Así, construimos sobre el fundamento que se estableció en la niñez temprana.

Como adultos, reaccionamos a la programación de nuestra niñez. Sostener que nuestras heridas emocionales de la niñez no han afectado nuestras vidas adultas, es ridículo. Pensar que nuestra programación temprana no ha influenciado la forma como hemos vivido, es caer en una negación al extremo.

Debido a que los estándares sociales sobre lo que constituye el éxito son disfuncionales, muchas personas puede ser señaladas como “los que se elevaron sobre” su pasado para ser un éxito. Son esas personas, que son supuestamente exitosas, las que están dirigiendo al mundo. ¿Qué tan buen trabajo creen que están haciendo?

Son nuestros líderes mundiales, reaccionando en base al miedo y la inseguridad de sus niños interiores, y el sistema de creencias disfuncional que soporta la civilización, quienes nos han dado la guerra y la pobreza, billonarios y mendigos
.

Nunca tendremos paz mundial, o una sociedad civilizada basada en el respeto y la dignidad, por no decir el Amor, hasta que podamos sanar nuestra relación con nosotros lo suficiente para aprender a Amar y respetar nuestro ser.

No podemos amar a nuestros vecinos como a nosotros, si seguimos juzgando y comparando a nuestro ser con ellos, con el fin de sentirnos bien sobre nosotros. No podemos tener una sociedad que satisfaga las necesidades emocionales y espirituales esenciales de sus miembros, mientras estemos reaccionando a la vida en alineación con reglas de interacción que aprendimos en la adolescencia.

Todos estamos conectados, no separados. Todos somos valiosos y merecemos ser tratados con dignidad y respeto, en lugar del concepto de valía de las sociedades enfocadas en ganar dinero, pasando sobre y encima de nuestros compañeros humanos, sin hablar de la destrucción del planeta en el que vivimos.

Es a través de sanar nuestras heridas del niño interior, que podemos aprender a respetarnos y a Amarnos, para que sepamos cómo tratar a otros con respeto y Amor. Es a través de sanar a nuestro niño interior, como podemos salvar a nuestro planeta y evolucionar hacia una sociedad que satisface las necesidades esenciales de sus miembros.

La curación del niño interior no es una moda pasajera ni es psicología popular. La curación del niño interior es la única forma para empoderarnos y dejar de vivir la vida en reacción al pasado. Hemos estado ignorando la historia y la hemos estado repitiendo durante siglos. Si vamos a tener una oportunidad para revertir los patrones auto-destructivos de la humanidad, tiene que venir de individuos dispuestos a sanarse. Al sanar las heridas de nuestro niño interior, podemos cambiar al mundo .

¿Estas dispuesto/a a sanar las heridas tu niño interior, aceptas el desafio?

¿Que areas de tu vida no fluyen, el éxito profesional, abundancia económica, las relaciones
con tu familia, la pareja, en que área estas pegado/a ?

¿Te sigues justificando pensando que todo esta bién?
TU DECIDES

un abrazo y mucha luz
Paola