REMEDIOS QUE LOS MEDICOS NO TIENEN EN CUENTA

"¿Usted cree en el amor?", le preguntaron una vez a Carl Sagan, célebre científico y escritor. "Estoy muy enamorado de mi esposa", respondió, algo evasivo. "Pero, ¿puede demostrar que el amor existe?", insistió el periodista, todavía insatisfecho. "Sí, claro -admitió finalmente el creador de la serie Cosmos-, el amor, al igual que la fe, en su esencia, es muy difícil de probar, lo que no significa que no exista."
Como lo esencial es invisible a los ojos, el amor no hace buenas migas con la ciencia. En una de sus grandes ramas, la medicina, actualmente concentrada casi exclusivamente en los mecanismos físicos del hombre, observamos un desengaño similar: sus valiosos conocimientos de poco sirven si no se aplican en un contexto humanístico y con suficiente sabiduría.

Consideremos el caso de las enfermedades cardiovasculares, la principal causa de mortalidad mundial. El corazón es una bomba de sangre, quién lo duda. Pero ese órgano saltador lejos está de ser una máquina y sus latidos nada tienen que ver con el tictac del reloj. Su caprichoso ritmo, inconstante, más bien se asocia al misterioso pulso del cuerpo y el espíritu.
Por algo hablamos de corazones grandes, cerrados, indiferentes... y, también, de "un tipo de buen corazón".

Sin embargo, en la base de datos de la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos, de los más de nueve millones de artículos publicados entre 1966 y 1997 bajo la entrada "humano", "corazón" y "amor", sólo dos se ocupan de la relación entre este último y las enfermedades cardíacas. ¡Sólo dos!

Amar y sobrevivir

Para el doctor Dean Ornish, graduado en la Universidad de Harvard y fundador del Instituto de Medicina Preventiva de Sausalito, California, la verdadera epidemia que castiga nuestra cultura no es sólo la afección cardíaca física, sino también la enfermedad emocional del corazón. Es decir, la profunda sensación de aislamiento y depresión perpetuados por el deterioro de las estructuras sociales que brindaban sentido de conexión y comunidad. "Esa es la raíz de la enfermedad: la desconfianza y la violencia de la sociedad actual", asegura Ornish en su libro "Amar y sobrevivir" ("Love and Survival")

Sabemos que dejar de fumar, realizar ejercicios y adoptar una dieta de bajo tenor graso agrega un buen puñado de años a la expectativa de vida; pero vivir más no resulta una gran motivación para quienes se ahogan en la tristeza desoladora. Además, "aunque la incorporación de esos hábitos es fundamental, la intervención más influyente en la salud es lejos, el poder curativo del amor y las relaciones afectivas, junto con la transformación espiritual que a menudo traen aparejados -comenta Orlish en su libro-. Después de años de trabajo he descubierto que cuando uno comienza a abrir su corazón espiritual, a menudo le sigue el corazón físico: los bloqueos coronarios disminuyen y el flujo de sangre se intensifica."

Si una nueva droga ejerciera la misma repercusión, todos los médicos se empecinarían en recomendarla; es más, sería antiético no hacerlo.
Si somos seres necesitados de tocar y de sentir, ¿por qué esas ideas son prácticamente ignoradas, y hasta denigradas, por la ciencia?


La soledad duele

En el mundo existe una inmensa sensación de vacío y desamparo. La soledad duele. La mayoría de los médicos no están capacitados para utilizar el sufrimiento como medio de acceso a la transformación. El dolor es interpretado como un enemigo y, por ende, hay que matarlo. "No es que no debamos combatirlo -dice Ornish- el dolor, un mensajero, está allí por algo. Hay que aprender a escuchar lo que nos dice." Hoy, existen múltiples formas de evitar ese dolor... temporalmente.


Al igual que el "caballero de la armadura oxidada", de la obra de Fisher, construimos una coraza para protegernos, olvidando que las mismas defensas emocionales pueden aislarnos si permanecen inquebrantables. Ornish nos invita a ser más sensibles a los demás y a darnos cuenta de que aquello que parece lo más suave -el amor, la intimidad- es en realidad lo más potente.
Tras la controvertida elección de la revista Time, que destacó a Albert Einstein como la personalidad del siglo, al genial científico lo recordaremos por sus descubrimientos y su cerebro superlativo. Einstein también desarrolló, tal vez para guiarnos al atravesar -en tiempo y espacio- este nuevo siglo que apenas comienza, una idea de extraordinario valor.
Propongo que no la dejemos caer en el olvido:
"Un ser humano es una parte del todo que denominamos universo. Se experimenta a sí mismo como algo separado del resto: una suerte de ilusión óptica de su conciencia que nos restringe a nuestros deseos personales y a sentir afecto sólo por las pocas personas que tenemos cerca. Nuestra tarea debe consistir en liberarnos de esa prisión, ampliando nuestro círculo de compasión, para abrazar a todos los seres vivientes y toda la naturaleza".

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un abrazo y mucha luz

Paola

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